Impulsor de proyectos, pero sobre todo impulsor de personas, Jordi Font i Rodon es, para todos los que le conocen, un referente. Su humanidad, su pasión por el conocimiento y su visión de futuro, su generosidad ilimitada, su capacidad de escuchar y valorar las opiniones de los demás, le han convertido en una de las personas más queridas y respetadas de nuestro ámbito. Muchos psicoanalistas hemos aprendido de su ejemplo como psiquiatra, como psicoterapeuta, como persona.

Orígenes y trayectoria

TdP: Háblanos un poco de tu infancia, de tu familia. Sabemos que has estado y estás muy unido a tus hermanas. ¿Cómo crees que ha influido en ti ser el hermano menor después de tres hermanas?

Jordi Font: Nací en Tarragona. La familia de mi padre era de Barcelona. La de mi madre, de Valls. Mi padre, médico, cuando acabó la carrera se fue a ejercer a un pueblo cercano a Tarragona. Pasados los años se instaló en la ciudad de Tarragona, donde empezó la especialidad de oftalmología.

Viví intensamente mi infancia y adolescencia en Tarragona hasta los 16 años. Me cautivó Valls, íbamos a pasar allí los veranos, sus tradiciones culturales y populares: “els xiquets de Valls” (castellers) (aún conservo señales identitarias en mi codo derecho producidas por una mala fractura con luxación fruto de un intento de “castell” dentro del piso de unos amigos), y su tierra, el campo seco y enérgico, ardiente aunque templado por las “marinades” en los mediodías veraniegos del Alt Camp de Tarragona.

He tenido cuatro hermanas, la tercera murió a los 18 meses de una neumonía. Aún no había antibióticos. Yo soy el menor, pero evité ser mimado por ellas…, según me dicen. Toda la familia hemos estado siempre muy unidos. Mis dos hermanas mayores estudiaron la carrera de Medicina, cosa novedosa y atrevida en aquellos tiempos, la década de los 30. Con mi hermana pequeña, un año mayor, compartimos siendo ya adultos orientaciones de vida paralelos, ella a sus 26 años  entró a formar parte de una Institución espiritual de” nueva generación” (IMS), contemplativa y al servicio de los demás

Mi padre era un hombre que amaba la libertad y estaba al lado de la gente sencilla del pueblo. Vivía una fe cristiana profunda y era políticamente de izquierdas y nacionalista catalán, títulos que le valieron, primero, para temer por su vida en los primeros momentos de la revolución (1936) y, acabada la guerra, para ser encarcelado al ganar Franco (1939).

Mi madre, sensible e intuitiva, amaba con pasión su tierra y su gente, no solo a su familia. Padre y madre sintonizaban también en ideales espirituales, artísticos, ¡musicales!, y supieron sufrir juntos…

TdP: ¿Qué recuerdos guardas de los años de la República, de los años de la guerra civil y de la posguerra?

J. Font: En los años 30 se mascaba el malestar político y social incluso en la calle, con frecuentes altercados y tiroteos.

Cuando se proclamó la República tenía yo seis años. Mi padre, republicano,  fue un ejemplo a seguir para mí. Supo ser fiel al ideal de una sociedad más democrática, y también supo dejar el partido político al que pertenecía cuando creyó que se orientaban hacia otros rumbos e intereses. Fue en este tiempo cuando se inició un movimiento democrático de izquierda, social y nacionalista, de inspiración cristiana. Los nombres de Carrasco i Formiguera, Pau Romeva, etc., son bien conocidos como fundadores del partido que se llamó Unió Democrática de  Catalunya, nombre que aún persiste si bien, pienso, el partido ha experimentado en su evolución cambios muy básicos. Hubo un congreso del partido en Tarragona en el que mi padre presentó una ponencia, no sin los lamentos de mi madre, porque a mi padre la política y la redacción de un periódico local, Dilluns, le ocupaban un precioso tiempo que él necesitaba para atender la numerosa clientela que tenía.

El bachillerato empezaba entonces a los 10 años, hasta los 17. Mis hermanas y yo lo estudiamos en centros de enseñanza pública (Institutos de 2ª Enseñanza”), solamente hicimos la primera enseñanza en colegios religiosos. Fue una opción consciente de mi padre.

Al estallar la “revolución”, el inicio de la guerra civil, tenía 10 años. Quema de conventos, persecuciones, fusilamientos, luego bombardeos frecuentes con muertes de amigos o conocidos, oír las sirenas o el simple “zum, zum” de los bombarderos alemanes Junkers, nunca poder dormir sin alarma interior… Todo ello marcó una época de lucha por la vida. Después del primer año de guerra, yo 12 años,  nos fuimos –mejor, huimos- a vivir a una masía a 8 Km. de distancia, después de una noche de bombardeo que afectó nuestra vivienda de Tarragona. Mi padre seguía en Tarragona atendiendo en el Hospital de Sangre. Pasé dos años en el campo cuidando animales, conejos,  gallinas, una cabra, y buscando alimento para los animales y para la familia. Sin ningún estudio serio.  Aprendí de la vida. Pensé que nunca más podría seguir estudiando.

Al terminar la guerra nos permitieron recuperar los cursos perdidos haciendo estudios y exámenes extraordinarios. El 7º curso de bachillerato y Examen de Estado lo cursé en el Instituto Menéndez y Pelayo de Barcelona. Habíamos montado un piso para dos de mis hermanas y yo, porque todos cursábamos estudios en Barcelona. Empecé a dar clases particulares para ayudarnos económicamente y ahorrar.

TdP: ¿Cuándo surge tu vocación religiosa?

 

J. Font: Me parece que el hilo conductor de una vida se va fraguando poco a poco, sin darse uno cuenta, hasta que va sintiendo “vocación”, o sea, “llamada” a una forma concreta de vida, y eso no sin dudas e incertidumbres, al menos para mi.

Yo tenía 15 años cuando terminó la guerra. Entonces mi crecimiento o evolución espiritual se abrió a nuevas maneras de vivir. En los últimos meses de la guerra empezó a haber algo de tolerancia con la práctica religiosa. Acabada la guerra volvió a haberla como antes. ¿Qué había pasado, qué significaba? Se recuperaba la práctica religiosa pero era necesario un cambio. Había pasado algo muy hondo. Me viene a la mente la reflexión que me hice, a mis 15 años: “que no vuelva a ocurrir que maten sacerdotes por el hecho de ser de “derechas”… Ser de “derechas”, en aquellos tiempos, sobretodo en núcleos rurales, era estar del lado de los ricos en posesiones y cerrados en ideologías conservadoras.

Desde la adolescencia mi evolución espiritual mantuvo la búsqueda del Dios de Jesús de Nazaret, en mi vida práctica y en mi vida interior. Ya adentrado en la carrera de Medicina sentí la necesidad de estudiar Teología. Intentaba aclararme y descubría puntos de mi espiritualidad que no se avenían con otros puntos de la religión tal como me eran presentados por la Iglesia Católica y practicados por mí.  Fue por entonces que descubrí los escritos de Teilhard de Chardin, una luz que me abría horizontes. En la realidad práctica, social, evangélica, mi acercamiento a la gente sencilla y a los necesitados me urgía. Reconozco que el hecho de determinarme a “dejarlo todo” por una causa para mí ineludible, encontrar a Dios sirviendo a la gente sencilla, necesitada, era por entonces, más o menos, lo que se podía formular de mi vocación que, aunque vino determinada por algún desencadenante exterior a mi, tuvo su origen en la actitud interior, lo que se llama el “discernir” y que responde al nivel del misterio, o místico, de la experiencia humana, el nivel de la fe, que trasciende nuestra  comprensión inmanente.

 

TdP: ¿Por qué jesuita?

 

J. Font: Yo no estudié en colegios de jesuitas. Tampoco me gustó el talante elitista que percibí en algunos antiguos alumnos de jesuitas, amigos míos. Diferente era la seriedad y profundidad en la formación espiritual y teológica de la Compañía de Jesús.

Mi opción de seguir a Jesús se concretaba en el sacerdocio si bien pensaba en una Institución Religiosa, porque desconfiaba de mi mismo si llevaba una vida sin compañeros, en solitario. Deseaba vivir compartiendo en comunidad e intentar acercarme e identificarme con la pobreza de la gente sencilla y necesitada.

La Compañía de Jesús, aunque de entrada, en aquel entonces,  no era la que sentía como el rostro social más atractivo y amable, ofrecía una perspectiva sólida de cara a mi  llamada vocacional.

Seguir el camino vocacional fue ir descubriéndolo, supongo que es igual para todos.

Pensaba que ser jesuita conllevaría sentir y obrar honestamente y con libertad, a pesar del fantasma de la “obediencia jesuítica”. Un día, estando ya en el noviciado, leí una frase  de San Ignacio que decía más o menos: “…no es la menor cosa que podemos ofrecer a Dios, nuestra libertad”. Entendí, quizá sin saberlo bien entonces, que allí había un misterio que yo intuía que era de amor, por así decirlo, de entrega sin reserva, incondicional,  ya que con la libertad se nos ofrecía la “oportunidad” de amar al estilo del Dios de Jesús, la manera más verdadera de darse a los demás. Así entendí la “obediencia” Entendí que el fantasma de la “obediencia jesuítica” debía referirse a cuando en lugar del riesgo de amar en libertad,  uno se engañaba buscando la falsa tranquilidad de someterse a otro para estar más seguro.

Decía un sabio y anciano jesuita que “la obediencia de juicio es hacer con la cabeza  (y yo añadía: ¡y con el corazón!) lo que el superior te manda con los pies” O  la aguda frase de Chesterton: “al entrar en la iglesia te piden que te quites el sombrero, no la cabeza”.

Cuando pisé el umbral del monasterio de Nuestra Señora de Veruela, en el que se tenía el noviciado de la Compañía de Jesús en aquellos tiempos, llevaba en el corazón mi convicción de ponerme al servicio Dios y de los demás en cualquier trabajo o estudio que se me encomendara. Y así lo mantuve, con paz, no sin hacer el duelo de mi querida medicina y oftalmología.

Fue, sin embargo, en el mismo  noviciado, que el superior, con el que tuve una confiada y profunda relación, me sugirió que mi misión futura fuera la Medicina Psicológica a la que veía que yo me sentía inclinado con ilusión.

Realicé los estudios de Humanidades en Veruela,  los de Filosofía en Sant Cugat del Vallés y los de Teología en Frankfurt a/M.  Estudios que son habituales en la formación del jesuita. Y además dediqué dos años más de mi formación a obtener el doctorado en Medicina en la misma Facultad (UB) donde me había licenciado. En total, 12 años de formación sin contar con un año, como un segundo noviciado, que se realiza un tiempo después, un espacio de vida interior, de silencio espiritual.

 

 

 

TdP: Estudiaste Teología en Frankfurt. ¿Cuál fue tu experiencia en esa ciudad, procediendo de la posguerra española?

 

J. Font: Frankfurt fue una ciudad de las más castigadas por la guerra. Cuando llegué en 1958, sus edificios estaban todavía medio deshechos, pero sus habitantes tenían la fortaleza reconstructora física y moral que les caracteriza.

La inmigración española era numerosa. Muchos eran obreros especializados. Iban para ganar dinero y volver a su país. Emigraba el hombre, y la familia se quedaba en España. Ya en  Alemania buscaban soporte afectivo y moral, la gran mayoría hombres,  y acudían a la Iglesia Católica recuperando una práctica religiosa que habían abandonado. Me impresionó ver a hombres que se sentían libres en lo religioso que, después de 20, 30 o más años, se interesaban vivamente por la religión. Y no sólo por las prácticas religiosas de los sacramentos: misa y confesiones…  No dábamos abasto con tanta demanda. Sabían diferenciar lo auténtico y nuclear de la religión de las Instituciones… En España estábamos en tiempo de la dictadura de Franco.

En mi caso de inmigrante cultural, tras la dificultad inicial no breve, encontré un país en el que se aprende a trabajar seriamente, en profundidad, científica y humana. Y encontré  compañeros con sensibilidad que, una vez establecida una amistad, te daban su confianza y recibían mi propia confianza. Un país que se hacía amar. Además, como decía un visitante español: “¡es un país en el que todo funciona!”

Estudié los cuatro años (1958-1962) de Teología, los prescritos para obtener la Licenciatura, en Frankfurt donde además de obtener una formación teológica rigurosa, pude aprovechar para ir encauzando mi formación en psiquiatría y, en especial, neurobiología, interesado como estaba en el estudio de la actividad mental, que había sido tema de fondo en mi tesis doctoral que acababa de defender en Barcelona: La fatiga en relación con la actividad mental. Estudio Clínico y Electroencefalográfico (1958).

En Alemania tuve ocasión de acercarme y conocer algunas  clínicas universitarias psiquiátricas. Tuve una breve estancia en el Max Plank Institut, entonces en Gissen,  donde trabajaba un equipo de catedráticos dedicados a la investigación del cerebro en sus diversas disciplinas. Me interesé en especial por la neuropsicología. Significó recibir un impulso para seguir en la línea emprendida cuando se me ofreció por parte del director el entrar a formar parte de sus grupos de trabajo, diciéndome que en España eso que yo buscaba no lo podría hacer…. Fue tentadora la propuesta. Aprendí a aceptar los límites y hacer el duelo de la renuncia que posibilita seguir adelante en la vida.

 

 

TdP: ¿Cómo surge tu vocación médica?

J. Font: En mi casa y familia se vivía el ambiente médico. Mi padre y luego dos hermanas y un cuñado, han sido médicos. Desde los 15 años ayudaba a mi padre, oftalmólogo, en la consulta o acompañándole al Hospital en sus intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, mi padre no trataba de que eligiera la medicina como profesión; al contrario, me decía que me sintiera libre para escoger. A mí me gustaba todo… y la medicina. ¡Me mareé el primer día que entré en el quirófano! Me atraía el trato con los enfermos, ayudarles a que se curaran y pudiesen tener la alegría de volver ver. Muy pronto pude empezar a operar cataratas y devolver la vista a algunos ciegos.

Pienso que además de la influencia de mi padre, tuve el deseo de ser médico atraído por los saberes y conocimientos abiertos a la complejidad y a las incógnitas del ser humano, no encasillables lógica o matemáticamente: “Medicina: 2+2= 3 o 5” era el lema de un póster que colgué en la pared de mi habitación de estudiante en la residencia en la que viví los primeros años de la carrera.

Me atraía la cirugía como un juego de habilidad, pero mi vocación iba hacia la medicina “interna” , la medicina total, en la que la especialidad de oftalmología permitía investigar a través de una ventana excepcional que se abre en el cuerpo humano: ¡la retina!

Mis maestros, el doctor Máximo Soriano, que nos formó durante tres cursos en una exhaustiva enseñanza de la medicina, casi “germánica”, y  el doctor Hermenegildo Arruga, genio de la oftalmología con el que tuve la fortuna de entablar una amistosa relación como discípulo, fueron configurando y asentando mi “primer amor” a la medicina y oftalmología que aún persisten en mí.

TdP: ¿Comenzaste especializándote en oftalmología. ¿Cómo y por qué cambiaste de la oftalmología a la psiquiatría? ¿Crees que tuvo que ver con tu vocación religiosa?  

J. Font: Si, ciertamente. Y diría que con mi vocación como persona. Yo amaba y amo la oftalmología como parte del saber científico médico, pero sin buscarlo intencionadamente me encontré con que podía amar a la persona humana enferma toda entera. Pasar de los ojos externos a los ojos “internos”.

Me explico. Cuando después de mucho tiempo considerándolo, decidí optar por la “vida religiosa” e ingresar en la Compañía de Jesús (jesuita) fue un cambio radical, un “quemar las naves”, con gran disgusto de mi maestro el doctor Arruga. Eso suponía que después de la formación espiritual y humana que recibiría, quedaba disponible para cualquiera ocupación que se me quisiese encargar para atender a las necesidades actuales y en cualquier parte del mundo;  donde se creyese que había más necesidad de ayuda.

Así pues, al quedar yo disponible totalmente para ayudar de la mejor manera a quién y adonde fuese,  renunciaba a mis propios intereses y los ponía al servicio de los demás. Evidentemente esa opción “trascendente”, que supone una mayor radicalidad forma parte de la “vocación”.

Me había puesto en esa situación de disponibilidad. Pero no habían pasado ni dos años cuando mi superior religioso me sugirió que me dedicara a la psiquiatría. Por eso he dicho que me encontré, sin buscarlo yo expresamente, que se cumplía mi aspiración a dedicarme a la persona humana enferma toda entera, tal y como yo entiendo la psiquiatría, la medicina psicológica.

 

 

TdP: Te formaste en la psicopatología fenomenológica. ¿Qué te aportó y qué limitaciones detectaste en el enfoque? ¿Qué te condujo al psicoanálisis? ¿De qué manera lo encontraste?

J. Font: Terminados los estudios de Filosofía dentro del proceso de estudios como jesuita, se me  ofreció la oportunidad de completar mi formación médica con el doctorado. Era el año 1955. Quise escoger un tema que me interesaba desde hacía tiempo y que respondía a mi entender a una de las zonas más oscuras entonces,  y aún ahora, entre la neurología,  la psicología y la medicina. Se trataba de una patología casi endémica que abundaba especialmente entre estudiantes de niveles superiores. En su “argot” le  llamaban “cabeza rota”. Eran jóvenes capces de estudiar pero que se “rompían la cabeza” estudiando: cefaleas, insomnio, cansancio,  fatiga, dolores corporales,  etc.,  sin que respondiera a una etiología conocida y que solo se aliviaban con una terapia sintomática. ¿No nos hace pensar en la “fatiga crónica” y la “fibromialgia” actuales? Concentré mis esfuerzos durante dos años de dedicación exclusiva. Ya he dicho antes que la tesis llevaba el título de “La fatiga en relación con la actividad mental. Estuadio clínico y electroencefalográfico”. Recuerdo con emoción al doctor Agustí Pedro Pons, presidente del tribunal, interesándose vivamente por los minuciosos exámenes que practicamos del ph urinario, de las alteraciones electrocardiográficas y las modificaciones en el ritmo beta electroencefalográfico, y con la conclusión de que no se “rompía” ninguna neurona y que el factor emocional era lo que podíamos detectar y registrar.

Este estudio fué como un indicador de mi dedicación futura: la unidad cerebro-mente-espíritu. La concomitancia de lo neuronal y lo mental.

Terminada  la tesis y ya en Frankfurt/aM (donde, como he dicho, fui para estudiar Teología) , tuve ocasión, de hacer una estancia en el el Max Plank Institut ( Giessen), dedicado al cerebro, como ya he dicho. Allí encontré lo que yo buscaba y deseaba empezar a investigar. El director se dio cuenta y me ofreció que me quedase… una tentación para mí, ¡pero no se puede hacer todo! Guardo, eso sí, un recuerdo vivo y estimulante.

Durante los cuatro años que permanecí en Alemania, busqué con interés las ocasiones (y el) de conocer la psiquiatría alemana con su extensa y profunda fenomenología psicopatológíca. Karl Jaspers significaba para mí la conjunción de los conocimentos psicopatológicos y  filosóficos. Aún no había podido conocer de cerca el psicoanálisis.

TdP: Háblamos de de tu relación con el psicoanálisis, como modelo de comprensión de la mente y del papel que ha desempeñado en  tu práctica asistencial.

J. Font: Efectivamente, a mi regreso a Barcelona, terminados los estudios, no fue  por azar que entre distintas propuestas que se ofrecían en el ámbito psicopatológico me orientara hacia el psicoanálisis. Me pareció que era el modelo más idóneo para profundizar en el conocimiento y la investigación de la persona humana en toda su complejidad corporal, y mental, y como hecho concomitante, para la comprensión de la evolución madurativa espiritual. Recuerdo un libro de W.R Fairbairn, Estudio psicoanalítico de la personalidad, que contribuyó a mi interés por el psicoanálisis.

Me pareció un camino para descubrir horizontes exploratorios intuidos aunque no conocidos, arriesgados y con objetivos prometedores a diferencia de los que ofrecía la, por otra parte, rica y exhaustiva fenomenología psicopatológica alemana.

Estas esperanzas se han vista satisfechas en la práctica asistencial. Las variables subjetivas que pasan desapercibidas, cuando no negadas, en la “medicina de la evidencia”, son la expresión en parte de la realidad del mundo inconsciente campo de abordaje psicoanalítico.

Tuve ocasión en mis largos años de clínica psiquiátrica en la facultad de medicina de BCN y en el departamento de psiquiatría del Hospital Sant Pere Claver de formar un equipo asistencial de orientación psicoterápica analítica,  con psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales, en los años 60-80.

Pero no solo la asistencia.  Era en el año 1964  , cuando me inicié en la docencia universitaria en la recién creada, Escuela Profesional de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Barcelona con la asignatura de Psicopatología General. El programa que elaboré para el primer curso tenía un “jasperianismo” innegable. Pronto fui evolucionando introduciendo mis “descubrimientos” en psicopatología, gracias a la inmersión antropológica en la que tuvo buena parte mi aproximación a los conocimientos psicoanalíticos. Dilthey, la fenomenología de Bergson, entre otros jugaban su papel. En los últimos cursos, mi programa de Psicopatología General, versaba sobre temas como la salud mental y la enfermedad que eran las bases a partir de las que tratábamos de comprender al ser humano en su complejidad  evolutiva mental y psíquica.

TdP: ¿Podrías decirnos algo de tu psicoanálisis personal?

J. Font: En los años sesenta del pasado siglo hablar de religión en el mundo psicoanalítico no era precisamente una muestra de buena salud mental o de buena información científica. Mi amigo el doctor Josep Beà Montagut, psicoanalista de gran prestigio y humanidad, hombre de fe, ha explicado públicamente en la Sociedad Española de Psicoanálisis, como tuvo que enfrentarse a aquella situación de los años sesenta, tan distinta de la actualidad.

Fue en los mismos tiempos, yo pertenecía ya a la Compañía de Jesús, cuando tomé la decisión de iniciar la experiencia psicoanalítica. La postura de la Iglesia Católica no era tampoco demasiado favorable respecto al psicoanálisis. Acababa de aparecer un documento del Vaticano (Acta Apostólica Sedis, 15.7.1961) en el que se leía que los sacerdotes y religiosos no acudieran a los psicoanalistas si no era por motivo grave y con autorización de su obispo. Aunque la respuesta a la consulta que hice al superior de los jesuitas fue que yo hiciese en conciencia lo que juzgase que debía, eso motivó que se retrasase el comienzo de mi psicoanálisis.

Busqué un psicoanalista que me inspirara confianza como profesional y como persona, no precisamente “creyente”, pero que fuera capaz de comprender mi experiencia religiosa.

A lo largo de los años así lo constaté y lo agradecí. También comprendí que la experiencia psicoanalítica era interactiva. Me di cuenta de que la experiencia de fe (confianza básica,  tal como lo expresa Bion) no sólo no era interferida sino que podían ser descubiertos filtros defensivos que dificultaban una experiencia más libre y profunda.

Uno se puede preguntar por qué no busqué iniciar una formación psicoanalítica que yo mismo tanto valoraba. Por dos razones. Una que dada mi edad y la dedicación de tiempo disponible no lo veía compatible. Y otra, quizá no suficiente analizada… ¡porque con un” noviciado”… ya había tenido bastante!

La relación con mi psicoanalista, posterior al análisis, no solo ha sido de agradecimiento y amistosa, sino que también hemos compartido intereses investigadores comunes.

TdP: ¿Qué personas recuerdas que jugaron un papel importante en tu formación personal y profesional?

J. Font: Mi padre, sin yo darme cuenta, en cuanto a mi vocación médica y en la ilusión por una vida con ideales humanos y espirituales. Y en el sentido de ideal de vida, el grupo de compañeros de Tarragona nacido al final de bachillerato y mantenido después.

¿Personas? Muchas…, sí. Y equipos de trabajo.

Luego lo profesional. En oftalmología, acabado mi período de “alumno interno” en la Cátedra de Oftalmología de la Universidad de Barcelona, estuve asistiendo a las enseñanzas de mi Maestro, el Dr. Hermenegildo Arruga, como ya he dicho. Durante un período de tiempo que para mi fue memorable, en el cual Arruga me mostró una especial y amistosa atención que solo se interrumpió, con gran disgusto por su parte –le causé una profunda decepción– al decirle que dejaba la Oftalmología porque iba a ingresar en la vida religiosa.

En mi época de Alemania, de estudios teológicos y abrir perspectivas psiquiátricas, me impresionó y me marcó el rigor y seriedad de trabajo investigador tanto en el campo teológico-bíblico-espiritual,  como en el neurocientífico. Recuerdo teólogos como los profesores Hirschmann,  Kofler,  Neil- Breuning,  Grilmeier… Y el equipo del Max Planck Institut en Giessen.

En la carrera de Medicina tuve como maestro al Dr. Máximo Soriano, catedrático de Medicina, discreto en su apariencia pero repleto de conocimientos que tuvo la peculiaridad, escasa en algunos genios, de transmitirnos y ayudarnos a incorporar sin lagunas el saber y la práctica de la Medicina

En vida personal  para mí sigue siendo un modelo de vida el Dr.Pere Tarrés, al que conocí y traté con frecuencia siendo yo estudiante de medicina,. Tarrés fue un  médico, ordenado  sacerdote ya mayor, que en la breve trayectoria de su vida entregó su potencia intelectual y sus capacidades humanas a procurar salud y bienestar humano y espiritual primero como médico en campaña en el frente republicano, en la guerra civil, y como médico asistente en el Servicio de Medicina I, en el Hospital Clínico, y luego como sacerdote en una desbordante y humilde entrega a los más necesitados. Murió a los 40 años.

TdP: En 1976 se celebró en Perpinyà el IX Congrès de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana. Compartiste el trabajo de la ponencia sobre la definición de salud con Jordi Gol, entre otros. ¿Qué podrías recordarnos de  él? Háblanos de tu relación con Jordi Gol y de lo que éste representó para ti.

J. Font: Eran momentos de evolución  política y social,  y la medicina entendida no sólo como una técnica, sino como un hecho humano, pedía su lugar. Nuestra generación, a mi parecer, vivía con esperanza el renacer de la ciencia humana. Creo que el congreso de Perpinyà fue el núcleo de cristalización de una atmósfera saturada de inquietudes.

La Acadèmia de Ciéncies Médiques de Catalunya i de Balears y la Societat Catalana de Biologia,  hacía años venía celebrando un “Congrés de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana”, que fue interrumpido durante la guerra 1936-39, y luego no fue autorizado por el régimen de Franco.

Se pudo reemprender el 1976, y una de las ponencias fue: “Función Social de la Medicina”. Era el momento de intentar una reflexión profunda y una práctica humana de la medicina.

Hubo una mesa redonda coordinada por Jordi Gol dedicada a la salud. La componíamos diez miembros. Nos habíamos reunido periódicamente durante muchos meses. En el intervalo, cada cual debía profundizar en su punto de vista y compartirlo. ¡Cuántos recuerdos de reflexión…! Ha sido uno de los momentos que he vivido con más  intensidad, atraído por una convicción: la salud de la persona humana era una dimensión antropológica básica que íbamos descubriendo y que había que ayudar a ir construyendo.

Jordi Gol y yo nos dedicamos específicamente a proponer una definición de la salud. Fue una tarea vivida con ilusión y creatividad. Como me decía Jordi,  en cada encuentro nos fecundábamos mutuamente. Habíamos sido compañeros de curso y amigos; ahora nos unían vínculos de compenetración ideológica y humana, el anhelo de profundizar en el saber de la persona. Seguimos, después del congreso, trabajando con ilusión.  Jordi murió no mucho después inesperada y súbitamente. Un  día, me había  dicho: “Jordi, ja hem dit tot el que haviem de dir!”.

TdP: ¿Son vigentes hoy las conclusiones de la ponencia sobre la definición de salud? Para quienes no conozcan la definición: ¿puedes recordarla y explicar el concepto de bien-ser (ben-ésser)?

 

En octubre del 2008 se celebró en Girona el XVIII congreso de “Metges i Biólegs de Llengua Catalana” y se me pidió que hablara  sobre la definición de Perpinyà, “su origen y su vigencia”. Respondí explicando el origen de la definición pero no valoré su vigencia ya que sobre ésta, eran los actuales psiquiatras los que podían responder mejor.

Hay que señalar que ya en la introducción de la definición de salud de Perpinyà decíamos: ”una definición de salud no puede ser dada como definitiva de una vez para siempre. Necesariamente será parcial y evolutiva… dependerá de factores culturales, antropológicos, e ideológicos”.

Nos pareció además que debíamos precisar un término que aparecía en la definición de salud de la OMS (1946). Allí se decía que la salud era “un estado de completo bienestar físico, mental y social…” Para nosotros el “bienestar”, a no ser que el “completo” indique otra cosa, no expresa lo que el término “bien-ser”.  Bienestar podría hacer pensar en evitar conflictos, conseguir eliminar el malestar adaptándose no en profundidad sino superficialmente. Bien-ser, en cambio, es compatible con, e implica,  situaciones de malestar ineludibles que son fuente de crecimiento evolutivo y de la salud.

Para su divulgación se concibió el slogan: “salud es la manera de vivir autónoma solidaria y gozosa”; es decir, la salud es expresión de la vida a diferencia de la enfermedad que es solamente un accidente que si es superado aumenta la salud, como se pretende en una vacuna antiinfecciosa.

Los siete indicadores de salud que proponíamos abarcan la salud  de la persona en su dimensión corporal mental y social. Si cabe insinuarlo solo en dos palabras, diría:

–adaptarse al entorno o cambiarlo

–crecer siempre…

–creatividad personal constructiva

–autonomía, con capacidad de autonormativizarse, de formar criterio.

–aceptar lo límites, hacer los duelos, la muerte, y trascender

–relaciones intra e interpersonales  satisfactorias en ambos casos

–obtener (satisfacción), gozo,  en la misma prosecución de lo que se busca, no solo en la consecución.

La sociedad y la cultura actuales

TdP: El malestar del bienestar es el título de un trabajo tuyo del año 1999. ¿Cuál es ese malestar?

J. Font: Si ahora, en el 2011, me preguntaran nuevamente sobre el malestar de las personas en nuestra sociedad actual, diría que basta con leer los informativos de cualquier país para encontrar respuestas “indignadas” ante un malestar originado por causas diversas. Pero no se apunta ninguna solución social consistente que nos sirva para salir de la crisis ante ese malestar.  A mi parecer se está gestando, con intermitencias pero de manera progresiva, un malestar social alimentado por nuestros comportamientos personales y colectivos, tal como intenté apuntar hace 12 años.

Por diferentes que sean los comportamientos personales según los individuos, creo que tienen algo en común. Y es que en la relación con el entorno se trata de evitar todo posible sufrimiento, con lo que la capacidad adaptativa del ser humano queda privada de una evolución creativa. Y también se priva de la satisfacción que se genera al procurar superarse. Esa satisfacción es compatible con el sufrimiento.

El buscar el propio bienestar personal o grupal, egocéntricamente, conduce al malestar que se quería evitar.  Expresado en términos psicoanalíticos, estamos hablando de la dificultad de hacer “duelos” saludables. Hay que saber aceptar o renunciar a carencias o pérdidas en base a obtener una nueva experiencia satisfactoria. Cuando se quiere evitar el dolor del duelo, para  mantener el bienestar,  los deseos de obtener satisfacciones, se sacian y saturan a costa de placeres  y satisfacciones de “bajo nivel”, y así  se privan de  emociones y sufrimientos  de más “alto nivel”,  lo cual es obstáculo para una mayor calidad de vida. Las defensas narcisistas ofrecen al sujeto un aparente y engañoso evitar las dificultades, sea ante las personas o sea frente  al entorno,  pero lo que se obtiene es mayor malestar.

Para el sujeto narcisista es el entorno el que no se porta bien con él y le crea un malestar permanente. Como le ocurre al  niño que se da de cabeza contra una mesa y al recibir el coscorrón, pega a la mesa porque la mesa es mala.

TdP: ¿Cómo ves los valores y la espiritualidad imperantes en la sociedad en que vivimos?

J. Font: Lo “imperante”, lo que se ve en los anuncios televisivos, no son los valores y la espiritualidad. En cambio lo que se constata en muchas personas de hoy, es distinto. ¿Qué está ocurriendo en la sociedad? Se percibe un interés creciente en tratar de valores, espiritualidad, calidad de vida,  de sentido de la vida, una realidad que trasciende… no digo ya en los ámbitos religiosos sino en el mundo científico. ¿Buscamos una realidad que no resbale en la superficialidad plana de un mundo en una rápida, casi frenética, evolución técnica y material? Desde una perspectiva antropológica,  la evolución personal del ser humano se produce en un continuum,  períodos evolutivos. En los más elementales o tempranos predominan las relaciones con el mundo externo, empírico, y en  las relaciones personales predomina el  egocentrismo. En los períodos en los que predominan la relación simbólica y el lenguaje en la comunicación interpersonal, se busca ya la alteridad personal por ella misma y las expresiones del arte que trasciende. Y dando un paso más  existe en el ser humano una tendencia a buscar más allá de lo conocido, para compensar su carencia y su incompletud.

Este último paso no se realiza sin más. Se puede dar, ya sea por un deseo eficaz de búsqueda, o  ante una situación personal traumática o catastrófica que propicia el abrir los ojos al mundo interior, no sin esfuerzo y sufrimiento, y no es raro que eso ocurra. Este camino a recorrer conduce a una nueva calidad de vida, a una experiencia propia, específicamente humana, que intuye el nivel mistérico (místico) de la realidad total y única.

Bueno, me estoy pasando… Lo malo es que si no nos pasamos… la vida entra en  monotonía,  falta de sentido,  falta o pérdida de “valores”,  de lo que vale la pena vivir, no a modo de un miraje sino como pal de paller o pilar fundamental en la construcción de una vida.

Pensemos que las incorporaciones progresivas que se realizan en el proceso evolutivo humano requieren un período de tiempo y de asimilación, a fin de ir configurando la realidad interior, la “invariante” de Bion,  que permita captar el mundo trascendente, “espiritual”, el mundo de los  valores, de la “realidad última”…

TdP: Te has interesado con tus compañeros de la Fundació Vidal i Barraquer en el tratamiento de parejas. ¿Cómo has visto la evolución de las relaciones de pareja en las últimas décadas? ¿Hasta qué punto los cambios socioculturales influyen no sólo en la dinámica de las parejas, sino también en las demandas de ayuda y en la técnica del tratamiento?

J. Font:  Permitidme un antecedente. Debo reconocer que desde el inicio de mi actividad asistencial, si bien se da en mí un cierto autodidactismo, siempre he creído en la creatividad de lo interactivo y he procurado propiciar  relaciones interpersonales trabajando en equipo. Ya en el mismo inicio de la FVB fuimos tres compañeros los que formamos el primer grupo.

En el servicio de psiquiatría del Hospital Clínico mi equipo estaba formado por un psiquiatra, un psicólogo y el trabajador social, hecho bastante insólito en los años 70. Con ello intentaba aprovechar al máximo las dimensiones comunicativas que se dan en la relación personal, no sólo en el nivel consciente. Era práctica habitual en nuestra asistencia clínica que, después de atender al paciente individualmente, le citábamos junto con sus familiares próximos, no sólo para “informarles” sino para establecer o crear en ellos nuevos canales de comunicación interpersonal que estaban obturados, o no habían existido.

Dicho esto, no es de extrañar, pues, que el tratamiento de los conflictos personales –cuando éstos son vividos en el núcleo de la convivencia familiar real o al menos virtual– nos sugiriera el abordar el tratamiento de la pareja. El vínculo de la pareja y su entorno despertó en nosotros el deseo de investigar. Llevados de la mano por el Dr. Josep Beà y el Dr. Antoni Bobé, empezamos un seminario para diagnóstico y tratamiento de los conflictos de pareja que persiste en la actualidad, después de 40 años.

¿Cómo ha evolucionado la pareja? Desde la perspectiva psicoanalítica podemos aportar un hecho a tener en cuenta, si atendemos a lo que constituye la relación personal de “vínculo”. Sabemos que para que exista un objeto mental interno en la mente de cada miembro de la pareja y formado entre los dos, se requiere que ambos en su relación sean capaces de perder el miedo a ser penetrados mentalmente por el otro y a ser modificados por el otro, de modo que esto pueda dar lugar al nacimiento de una “criatura mental”. Cuando se da esa recíproca compenetración en los dos miembros de la pareja suele ser factible y de buen pronóstico una psicoterapia psicoanalítica de pareja.

¿Puede tener una influencia negativa en el tratamiento de pareja la dificultad de elaborar duelos que existe en la sociedad actual, como hemos señalado más arriba? Pienso que sí. Vemos que actualmente la relación de vínculo en la pareja aparece debilitada. Con frecuencia acude al psicoterapeuta un solo miembro de la pareja, buscando apoyo, consejo, y que se le reconozca que el conflicto surgido en la relación es debido no a él sino a su pareja, o en todo caso a alguna circunstancia de su entorno.

Capítulo aparte merecerían los  tratamientos de familias “monoparentales”, etc.

TdP: ¿Hacia dónde te parece que evoluciona la familia como grupo básico para el desarrollo de la mente?

J. Font: No lo sé… Hay tal complejidad de variables sociales, culturales, religiosas, y grupales… En todo caso pienso que la matriz, lo nuclear de nuestra existencia compartida existe en todo ser humano.

Se ha hablado de grupos primarios y grupos secundarios. El primario era aquél en el que la finalidad de sus miembros es tender hacia el crecimiento del propio grupo. Es su objetivo intrínseco. Cada miembro tendrá además otras actuaciones y relaciones extrínsecas al grupo, que aportarán enriquecimiento y crecimiento al grupo. La vinculación en este grupo es intrínseca, unidos por lazos profundos y permanentes: lazos de sangre en la familia o, según suponía el mismo autor, lazos de un amor  radical a Dios en la “familia religiosa”, que sería el vínculo que les congrega a vivir como hermanos en una misma comunidad.

Grupo secundario sería aquel en que sus miembros se unen para obtener objetivos compartidos, pero que son extrínsecos al propio grupo. Su vinculación es extrínseca, pero están unidos por intereses o aficiones comunes. Hay diversidad de  fines u objetivos: políticos, deportivos, científicos, incluso obras de caridad, estilo misionero u ONG. El objetivo del grupo secundario es compartido por sus miembros aunque su duración no es definitiva.

En la realidad todo grupo, y también la familia, participa de alguna manera en los aspectos primarios y secundarios. La familia humana, para que sea consistente,  debe acercarse  al modelo primario donde lo específico es la unión afectiva de sus miembros, junto con su capacidad de elaborar los duelos vitales en su dinámica de nacimientos y muertes.

TdP: Un tema que te ha ocupado y preocupado es el de la formación psicológica de los médicos. ¿Cómo ves la práctica de la medicina actual? ¿Cómo debe ser un “médico de personas”?

J. Font: Posiblemente cada cual ve la vocación médica y la práctica de la medicina según él mismo la ha ido entendiendo y experimentando. Sentí vocación hacia la Medicina, y la sigo sintiendo, vivida como la manera de acompañar a la persona que tiene padecimiento, dificultades, que sufre, y ayudarla a que rehaga su vida, la vida que él ya tiene dentro potencialmente. A partir de una medicina que atendía sólo a lo visible en el cuerpo, he ido descubriendo una medicina que ve a la persona como un interrogante, una medicina que  habla de lo que no es visible, ni tal vez comunicable, pero que está en la raíz del sufrimiento.

Este descubrimiento surgió en la época en que practiqué la oftalmología. Desde la ilusión con que yo actuaba quirúrgicamente, con técnica meticulosa, por ejemplo, en una intervención de dacriocistorrinostomía, o en una intervención de catarata que en aquel entonces era una auténtica aventura,  mi ilusión y afición a la medicina fue tomando otro cariz, a medida que descubría,  sobretodo en la asistencia médica, la influencia de factores desconocidos que saltaban insolentemente a la vista. Descubrí que el seguimiento terapéutico practicado por un médico que se interesaba por su paciente, era mucho más exitoso que cuando el mismo tratamiento lo realizaba otro profesional con menos atención personal, aunque fuera un gran experto.

¿En qué se podía basar este fenómeno? Iba comprendiendo que todos necesitamos sentir cierta seguridad y poder depositar confianza en el tratamiento médico, tanto el médico como el paciente. Pero si la seguridad del médico se basa únicamente en la buena técnica quirúrgica o en la eficacia del  fármaco sin contar con el paciente, no surte el mismo resultado que si en la misma actuación se establece por parte del médico una relación de confianza con el paciente, percibida por el mismo paciente. Son dimensiones de la persona,  que no por no ser visibles son menos influyentes.

Sobre la práctica y la formación en la Medicina actual conozco sólo la evolución acaecida en las últimas décadas y en nuestro actual entorno científico.

Es generalmente observable, creo, que en la teoría y práctica de la Medicina actual en España y en Catalunya existe un predominio exaltadamente ilusionado de los recursos técnicos y en cambio se contempla un vacío en la formación y práctica del buen uso de relaciones personales interactivas entre el médico y el paciente. La formación psicológica y psicopatológica de todo médico debería ser materia troncal en la enseñanza de la Medicina.

Ser médico en el futuro será ser médico de personas. Si son sólo “técnicos” médicos,  los pacientes acudirán a otras alternativas asistenciales de atención personal con menos rigor “científico”,  pero con más rigor humano. Incluso en la formación específica del psiquiatra se observa carencia, cuando no resistencia, para ser formado psicológicamente. Hace ya años que en Alemania se empezó a dar formación psicoterápica al psiquiatra.

TdP: Has sido muchos años profesor de la Facultad de Medicina y de la Escuela Profesional de Psiquiatría ¿Qué recuerdos tienes de esta etapa? ¿Cómo fueron tus relaciones con los psiquiatras de aquel momento? ¿Qué recuerdas de figuras tan relevantes como Ramon Sarró y Joan Obiols, catedráticos de Psiquiatría?

J. Font: Asistí al nacimiento de la Psiquiatría Universitaria (1964) en las Facultades de Medicina de Barcelona y Madrid, con Sarró y López Ibor como  catedráticos respectivos. Vallejo Nájera fue el precursor.

Ramón Sarró era un hombre de talante expansivo, agudo en sus apreciaciones, con extensa cultura psiquiátrica fenomenológica. Sus llamados mitologemas, manifestaciones de la psicología profunda de supuesta filogénesis arcaica, fueron una de sus más queridas aportaciones.  Si hubiese seguido la línea psicoanalítica que en su día inició, seguro que nos habría hecho también valiosas aportaciones psicoanalíticas. Supo rodearse de profesionales de orientaciones muy diversas. En la asistencia clínica, compartíamos la misma planta del hospital el equipo del Dr. Massana -introductor de las psicoterapias conductistas-, con mi equipo de psicoterapia de orientación analítica y con el del Dr. Cabrero de psicoterapia comunitaria, y así otros. En el aspecto docente, Sarró llegó a ensayar con buen resultado la parcelación del numeroso alumnado del curso en grupos de 20, repartiéndolos  entre los colaboradores de la cátedra.

Con el Dr. Obiols fuimos compañeros de penas y fatigas en nuestras respectivas tesis doctorales, no así en las oposiciones a cátedra ya que yo nunca pensé en ello, aunque colaboré gustosamente  con él.  Obiols era un amante del arte y la psicopatología del arte, de lo neocultural y de la buena cocina. ¡Era un fino gourmet! La Psiquiatría, a la que dedicó muchos esfuerzos, la colocaba dentro de su Weltanschaung, con amplias perspectivas. Fue un fiel amigo.

Con el  Dr. Carlos Ballús, en la última etapa de mi vida en la Facultad, nos unió y une todavía una estrecha amistad y colaboración en temas de salud mental. Durante ocho años trabajamos en la “Comissió d’especialitat en salut mental i ciències afins”, del Institut d’Estudis de la Salut (IES), de la que él era el presidente y en la que yo pude ver siempre apoyados mis proyectos, y en ocasiones realizados. Además, el Dr. Ballús ha aceptado durante años formar parte del Patronato de la Fundació Vidal i Barraquer, a la que él tanto valora. Nuestro  reconocimiento para con él permanecerá siempre.

 

La religión,  hoy

TdP: ¿En qué se distingues la fe religiosa de otros tipos de fe?

J. Font: La fe, desde una perspectiva psicológica, se considera como una experiencia personal de confianza total. Bion nos habla de una confianza básica, no en el sentido religioso aunque no lo excluye. Una confianza que es dada por la misma realidad hacia la que se tiende. Freud ya decía, en una carta a su amigo Oscar Pfister, que la razón de la firme convicción de los que tenían fe, (se refería a la fe en el Dios cristiano) se debía hallar en la misma realidad en la que ellos creían.  ¿A qué nos referimos al hablar de Dios? Se puede hablar de Dios, psicológicamente, como  un objeto mental interno, que se vive según la mente del que habla.

La fe cristiana es la fe en el Dios Padre del que habla  Jesús, que él re-vela como la Realidad de Amor y Bondad. Es el Misterio que sólo se puede intuir pero nunca alcanzar. Es la experiencia de una realidad inefable, una realidad única, no asequible a ningún conocimiento, pero en la cual se vive y se es. Una realidad que nos trasciende. Experiencias de fe se pueden hallar en las religiones monoteístas y en  experiencias místicas, ya sea de religiones o de otras espiritualidades, o de buscadores honestos de la Bondad. Pero como somos de carne y huesos, los humanos  necesitamos vivir en niveles empíricos y simbólicos, son los niveles de las religiones, con sus relatos míticos, sus instituciones, sus credos, y sus normas, que ofrecen los medios humanos,  mediaciones que ofrecen un soporte inmanente a la realidad trascendente.

TdP: Trascendencia, religiosidad, espiritualidad. ¿Se pueden diferenciar?

J. Font: Según opinan actualmente los antropólogos, la especie humana se especifica como tal por la tendencia a trascender, a ir más allá de lo material y empírico. En su origen las religiones se han expresado, desde épocas remotas, con manifestaciones y expresiones  “arcaicas”, mágicas. Son los indicios de la tendencia humana a trascender. La religión, con sus componentes simbólicos y míticos, surge como medio humano  para  vivir la espiritualidad que se expresa en niveles mistéricos, no materiales. Las religiones tienen instituciones, libros sagrados, ritos, costumbres, normativas, que son medios humanos  para vivir en la comunidad humana, abiertos a la trascendencia.

La espiritualidad, en cambio, puede ser entendida como expresión de la búsqueda de la realidad no material, y puede ser  inspiradora de la religión. Una religión sin dimensión espiritual sana, sería un engaño perjudicial, y si actuara en nombre de Dios o de una realidad superior,  sería un peligro social.

En las últimas décadas se ha priorizado el hablar de espiritualidad en lugar de religión. Las religiones, como instituciones humanas, fácilmente se pueden impregnar de estilos o conductas en desacuerdo, y aún contrarias, con sus principios. Y pueden entrar en crisis, crisis que a su vez serían favorables si ejercieran de revulsivo para empezar una reforma o restauración del espíritu originario.

TdP: ¿Qué es la mística para ti?

J. Font: Es una pregunta incontestable por su misma inefabilidad, sólo podemos aproximarnos a decir algo que nos permita ver hacia donde apuntamos. Es una experiencia  consciente e inconsciente,, un intuir ser en unidad…la vida Una experiencia humana inefable, que intuye una realidad (Dios, la Realidad, El Absoluto, el Todo…). Un  misterio que nunca se podrá conocer pero en el que se puede  alcanzar la unión con el todo (no dual),  “ya no soy yo sino que vive Xto en mi” (Gal.2.20).

Se puede, describir una fenomenología de la mística. Las expresiones humanas de lenguaje y corporales, a veces extraordinarias, son los llamados fenómenos paramísticos. El místico no es un ser extraño, al contrario, vive a fondo la vida humana, tiene relaciones humanas generosas, bondadosas, humildes…

Desde la perspectiva de la antropología profunda, podemos apuntar que en el proceso de evolución que tiende a la trascendencia, se dan distintos niveles, aunque dentro de un continuum. Siguiendo la notación de R. Bonford,  hay un nivel empírico, otro mítico (simbólico) y el nivel mistérico o místico. Podremos colocar la mística en el nivel evolutivo de mayor crecimiento madurativo, el mistérico. Las religiones estarían en el nivel empírico y, sobre todo, mítico. Pero participan también del nivel místico. Puede darse la mística sin niveles de religión. Pero una religión que no apuntase a la experiencia mística se desvirtuaría. Freud tuvo interés por lo trascendente. Escribió en una nota encontrada post mortem: «mística es la obscura percepción del reino exterior al yo, el ello».

TdP: ¿Necesita el hombre buscar la trascendencia? ¿Cuándo esa búsqueda es un síntoma?

J. Font: Será según qué entendemos por trascendencia. Parece que desde hace unas décadas y en distintos ámbitos del mundo científico se ha despertado el interés por una realidad que no es la del mundo físico, una realidad que lo trasciende.  Así ocurre en la física cuántica, en la matemática, y en las ciencias “humanas”, con las aportaciones de la neurociencia, del psicoanálisis, de la economía… y en las tradiciones seculares de sabiduría. Esa otra realidad trascendente parece existir aunque no puede ser  comprendida. Otra cuestión es si se le adjudica, o no, un contenido; cosa que ocurre con las religiones como la  cristiana.

¿Necesita el hombre la religión trascendente? En la religión cristiana Jesús habla de su Padre Dios, a quien nadie conoce, inefable misterio,  y él viene a la humanidad para re-velarlo, descubrirlo, y para salvar a la humanidad. ¿Salvar?, ¿de qué? En una lectura antropológica como la que estamos haciendo, bien se puede decir que Dios viene a salvar a la humanidad del mal uso que ésta hace de la capacidad de amar (eso sería el “pecado”), cuando se opta por una autoestima egocéntrica (egoísta), en perjuicio de la estimación a la alteridad; cuando predomina la tendencia narcisista sobre el amor a los demás, amor al “prójimo”, incondicional,  como el mismo Jesús enseñó y practicó : “ama al Señor tu Dios… y al prójimo como a ti mismo…”. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas…” (Mt.22 37-39).

¿Y la trascendencia sin religión es necesaria? Pienso que si se deja a la mente humana libre de filtros defensivos protectores de las inseguridades que genera el captar e intuir nuestra incompletud humana, se facilita la  posibilidad, no necesidad, de una respuesta satisfactoria aunque incierta. Entonces posiblemente surja la búsqueda de la trascendencia. ¿La búsqueda de la trascendencia puede ser un “síntoma”? Sí, pero parece que también puede ser un “síntoma” la negación absoluta de la trascendencia, a causa de defensas rígidas, o tal vez  por falta de “insight”.

La búsqueda de la religión puede ser vehiculada por un síntoma y más que un síntoma.  He dedicado gran parte de mis esfuerzos en investigar sobre la psicopatología de las experiencias religiosas y espirituales en sus diversos niveles, incluso los trascendentes místicos.  Ya Freud señaló, con mucho acierto, las vivencias religiosas obsesivas y las clarividencias delirantes de contenido religioso.

TdP: ¿Qué cambios has observado en la manera de vivir la religión a lo largo de los años?

 

J. Font: Espero poder seguir viviendo y poder llegar a ver –si puede ser sin tardar demasiados años– cambios profundos en las instituciones religiosas, que respondan a un hacer revivir el espíritu que las originó. Y a partir de eso, contribuir a reparar el impacto negativo que ha ido deteriorando la institución. El abandono de la institución religiosa, en algunas partes tan masivo, o el desinterés por ella, aunque  pueda haber sido radicalizado defensivamente no exime de emprender el recuperar el vigor espiritual y humano de  las bases originarias y fundantes de la religión.  

TdP: ¿Qué es el diablo para ti? ¿Qué experiencia tienes respecto a lo diabólico?

J. Font: En un divertido y agudo opúsculo de C.S. Lewis, La estrategia del diablo,  un diablo aconseja a su sobrino, pequeño e inexperto diablillo, para que induzca a los humanos a perderse. En una ocasión, el panorama que ofrecen los enfrentamientos humanos es tan “diabólico” que le aconseja a su sobrinito que se tome un descanso y  les deje a ellos solos hacer la tarea diabólica, porque ya no es necesaria, la harán aún  mejor.

Yo no tengo experiencia personal del diablo, ni la he tenido a través de los numerosos casos que he atendido de presuntos “poseídos” por el diablo o cosas parecidas. Más bien lo que he podido constatar es: sintomatología psicótica paranoide en algunos casos,  y en otros sintomatología histero-narcisista.  Por lo demás, creo que no es necesario contar con la existencia de un ser personal satánico, un demonio, para comprender los fenómenos de “posesión” y similares. Además, sería muy discutible desde el punto de vista teológico pensar que lo que se llama demonio es un ser real  personal.

TdP: ¿Qué autores psicoanalíticos te parece que ayudan a entender mejor la experiencia religiosa?

 

J. Font: Debo citar ante todo, y con gran satisfacción, a nuestros amigos psicoanalistas: Josep Beà,  Pere Folch Mateu,  Jaume Aguilar, Víctor Hernández Espinosa, Joan Coderch, y muchos otros, más jóvenes, que están aportando una valiosa contribución a la comprensión del psicoanálisis a la experiencia religiosa.  Y en la densa historia de autores psicoanalíticos, además del mismo S. Freud, están W. Bion, D.W. Winnicott, M. Eigen, I. Matte Blanco… Y un muy amplio e importante grupo de autores psicoanalistas actuales, entre los cuales: D.M. Black, R. Bomford, M. Epstein,  M. Parsons,  etc., que han contribuido a la significativa publicación del libro traducido al castellano Psicoanálisis y religión en el siglo XXI.  ¿Competidores o colaboradores? (Herder, 2010).

TdP: ¿La reflexión religiosa  acerca del mal, de la culpa y del perdón puede aportar algo a la reflexión psicológica, psicoanalítica?

 

J. Font: Pienso que términos tales como culpa,  reparación,  omnipotencia,  etc.,  han sido usados a partir de la terminología religiosa. En la religión, la culpa reparadora, sana, relacionada con el dolor llamado de “contrición”, y el duelo reparador que subyace, se corresponderían con la posición depresiva psicoanalítica. Muy diferente es la culpa insana que atormenta al escrupuloso religioso, la culpabilidad que atormenta al obsesivo; y aún más la culpa o ansiedad persecutoria del psicótico en la posición esquizoparanoide.

El término “perdón”, que no se encuentra en la terminología psicoanalítica, supone en cambio una realidad, creo, específica del cristianismo: amar como amaba Jesús, un amor incondicional capaz incluso de amar al enemigo, no al mal que produce el enemigo, sino a la persona del enemigo. Es un amor que trasciende el amor inmanente humano, biopscológico. El perdón que puede llegar a extremos heroicos es amor de carácter unitivo donde uno se funde con el “objeto” de amor,  el otro, Dios.  Unión de amor místico.

Creo que la reflexión espiritual del perdón puede ayudar a la reflexión psicoanalítica. Hay una realidad mistérica, no física, no asequible a la comprensión total, pero sí intuible: el misterio, que si existe puede tener un papel no menos decisivo en las elaboraciones mentales conscientes e inconscientes.

Me preguntáis sobre el problema del mal… En las religiones ha ocupado un lugar enorme.

 En cuanto al “mal físico”, cósmico, aún se sigue creyendo, con mentalidad arcaica religiosamente hablando, que lo produce Dios, según una concepción providencialista del cosmos en la que Dios lo maneja a su antojo produciendo el mal o el bien.  Dios no manipula el cosmos.

En cuanto al mal moral, una teología actual bien fundada,  antropológicamente, creo que puede aclarar algo sobre el mal moral. El ser humano, como primate  que es, como ser biológico, tiende a un egocentrismo biológico de supervivencia que puede primar en perjuicio de la alteridad, de la relación con los demás. Cuando libremente prefiere su bienestar en perjuicio de los demás, eso  sería como el  núcleo del “pecado”, del mal moral “el no amor al prójimo como a sí mismo”.  Es el hombre y no Dios quien perjudica al otro, es el mismo hombre quien se perjudica a sí mismo, quien no se ama bien, quien “peca”.

TdP: Tú has escrito sobre la psicología  en Ignacio de Loyola, en relación con los ejercicios espirituales. ¿Puedes señalarnos qué puntos le parecen más interesantes en ella?

J. Font: Ignacio de Loyola nos ha dejado un pequeño documento para practicar una experiencia de vida interior: los “ejercicios espirituales”. El método para practicarla está en el librito así titulado Ejercicios espirituales, que bien se podría tomar como  un tratado de psicología profunda en clave espiritual escrito en el siglo XVI. El origen está en una experiencia singular que tuvo Ignacio en Loyola, mientras leía libros de caballería (novelas) y luego libros de santos, durante su convalecencia de una herida de bala recibida defendiendo una fortaleza en Pamplona. Le venían a la mente unos pensamientos de hacer cosas como los santos, que le dejaban alegre y consolado, mientras que otros pensamientos de “vanidades” que le daban placer, le dejaban seco y descontento.

En su autobiografía explica detalladamente la experiencia de esos movimientos en su espíritu que le abrían los ojos interiores,  de manera que  “éste fue el primer discurso que hizo en las cosas de Dios, y después, cuando hizo los Ejercicios, comenzó a encontrar luz en ello por lo que se refiere a la diversidad de espíritus”. En terminología del siglo XVI habla Ignacio de tres pensamientos: “uno de propio mío, el  cual sale de mi mera libertad y querer [consciente], y otros dos que vienen de fuera [del mundo no consciente]: uno que viene del buen espíritu y el otro del malo”. Para Ignacio los “espíritus” eran pulsiones o deseos que nacían del interior del sujeto -como describen los primeros comentaristas-, aunque en la mentalidad religiosa del siglo XVI era habitual  creer que el buen o el mal espíritu eran atribuciones del ángel y del demonio.

Toda la dinámica de los ejercicios espirituales se centra en la transformación de los afectos personales, “afecciones”, egocéntricos y conscientes: los “pecados”. En el “desorden de operaciones”, los afectos inconscientes que, sin ser pecados, nos apartan del bien que queremos practicar. Y en el “ordenar su vida”, “deseando y eligiendo lo que más  conduce para el fin que somos criados”.

La práctica de los ejercicios consiste en un proceso de un més de duración en el que se proponen cuatro fases (4 semanas, o menos días). Después de una introducción. El “Principio y Fundamento” que es  como una Weltanschaung trascendente: el hombre se orienta a un  fin que es  Dios y toda la naturaleza creada. Se propone luego en una 1ª semana,  entrar a examinarse, sobre la respuesta ante este proyecto, de discordancia humana, consciente e inconsciente, con sus autoengaños,  filtros defensivos  (narcisistas, etc.) que sesgan su sanos deseos de evolución o los destruyen. Y finalmente se buscará, en el transcurso de tres semanas, un modelo: el del hombre-Dios, Jesús de Nazaret,  que ilumina la trayectoria humana hacia el ejercicio libre de la voluntad en busca del bien de los demás.

TdP: ¿Cómo describirías la personalidad de Ignacio de Loyola?

 

J. Font: Hay una biografía histórica de Ignacio de Loyola, Ignacio de Loyola, solo y a pié, de un investigador sacerdote vasco J.L. Ignacio Tellechea Idígoras, que recomendaría a quién se interesara por saber quién era Ignacio.

Por mi parte lo he ido descubriendo poco a poco: amante de todo lo humano, por eso dicen que era un renacentista, buscaba ir al fondo de la cuestión. Y a medida que descubrió su mundo interior y su aspiración hacia Dios, logró llegar a ser libre y entregarse incondicionalmente al servicio de Dios en  los demás  al “estilo de Jesús”.  De ahí el nombre de “jesuitas”.

TdP: ¿Cómo ves el futuro de la religión y de la Iglesia?

 

J. Font: Hay un hecho palpable, especialmente en occidente: la Iglesia católica en las últimas décadas está disminuyendo palpablemente. Considerada como religión, la Iglesia católica tiene su institución, necesaria para perdurar en el tiempo. Pero por otro lado, adolece de los inconvenientes como toda institución, como son entre otras la dificultad en aceptar de hecho cambios necesarios, producida  por el temor ante las inseguridades que el mismo cambio genera.

Con ello se puede sesgar, si no traicionar aunque sea  inconscientemente, la expresión de su inspiración original, de su carisma, el evangelio de Jesús. El mismo Papa Pablo VI, durante el concilio Vaticano II pidió perdón porque lo que en la Iglesia había enmascarado la faz de Cristo.

En un futuro, que ya va siendo presente, veo con optimismo lo que se percibe, que hay un “humus”, una emergencia humana, personas que aspiran a una experiencia de vida inspirados en el evangelio, la “buena nueva” de Jesús. Aunque sean minorías son capaces de contribuir a ir restaurando, de “abajo arriba”, la Iglesia. Como ya ha ocurrido en la historia de la Iglesia en épocas pasadas, aunque con distintos matices: Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Ignacio de Loyola, etc.

TdP: ¿Qué cambios has observado, a lo largo de tu vida profesional y religiosa, en la actitud del cristianismo hacia el psicoanálisis y de éste hacia la religión o la religiosidad?

J. Font: Por parte del psicoanálisis, y aún diría del mundo científico psiquiátrico y psicológico, he visto una acelerada evolución en el proceso de interés y comprensión hacia la espiritualidad  y las religiones. Como muestra el libro ya citado, Psicoanálisis y religión en el siglo XXI. ¿Competidores o colaboradores?, un alegato de calidad a favor de la superación del conflicto cuando se profundiza en lo que era desconocido por cada parte, o en iluminar los  conocimientos erróneos.

Lo mismo deseo por parte de las religiones y espiritualidades con respecto a la comprensión y colaboración con el psicoanálisis. Puedo asegurarles que por mi parte no va a quedar…

TdP: ¿Qué ofrecen otras religiones que puedan enriquecer al catolicismo?

J. Font: Utilizando  la metáfora de un gran místico, se puede ver la tendencia hacia la realidad inefable a la que llamamos Dios como un camino que sube hacia la cumbre del monte, “subida al monte Carmelo” de San Juan de la Cruz. En el monte hay caminos y senderos. Unos siguen derecho, otros se desvían. Cuando uno se acerca a la cumbre llegan a un lugar “donde ya no hay camino”… Me permito interpretar abusando de la metáfora del místico.

Creo que las religiones vividas saludablemente todas tienen sus señales de pista para subir hacia la cumbre rectamente. Cada cual tiene su propio camino o sendero. Al acercarse a la cumbre, al misterio inefable, todas se encuentran “donde no hay camino”. Es la experiencia mística que acerca a la unidad en la realidad única y absoluta. Durante la subida todas pueden aprender unas de otras sin abandonar su camino.

TdP: ¿Existe una psicopatología de la religiosidad?

 

J. Font: Hay experiencias religiosas sanas, saludables. También las hay psicopatológicas. Sabemos que  toda experiencia religiosa viene vehiculada por la psicología propia del sujeto. Es obvio pues, que las dificultades psicopatológicas pueden sesgar las vivencias religiosas del sujeto y afectar su  comportamiento personal y  social.

La creativa vida psicológica humana tiende a abrirse paso explorando, arriesgando ante lo desconocido. No es extraño que la experiencia espiritual asuma de lleno los  riesgos de esta evolución.

Pienso que las “psicopatologías”, también las “religiosas”, podrían ser atribuidas, como a una especie de “hipertrofia” mental, como una neo formación mental, que desbordara de manera aberrante los ritmos de la mente humana. O bien patologías debidas al miedo a la inseguridad, al riesgo de la vida, que genera mecanismos defensivos inconscientes de control que intentan silenciar el peligro.

Freud captó dificultades en la religión cuando catalogó de “casi delirio” la convicción con que un creyente afirma su fe, aunque supo él mismo reconocer más adelante que no eran atribuibles a patologías. Habló acertadamente de neurosis obsesiva religiosa, de alcance social ante los mecanismos obsesivos, escrupulosos, especialmente evidenciables en los comportamientos rituales y en las dudas y angustias  de personas con  una errónea conciencia moral auto punitiva.

 En cierta  parte de la Psiquiatría, de corte biológico, aún ahora, se considera las religiones como fenómenos “psicoespirituales” que escapan a su incumbencia. Y si en este caso, un psiquiatra aborda la cuestión religiosa con su paciente, a título personal, corre el peligro de que el paciente, el cual aún sin darse cuenta recibe la opinión del médico como si de una autoridad superior se tratara, quede influenciado en sus “creencias”, aún sin haberlo pretendido el médico.

Pero actualmente gran parte de la Psiquiatría ha entrado en el conocimiento de las experiencias humanas, y de la espiritualidad, que forman parte del saber psiquiátrico. Tengo en mis manos el libro Spirituality and psichiatry (2009), escrito por un colectivo de psiquiatras del Reino Unido.

TdP: ¿Cuáles son las principales formas patológicas de la religiosidad, hoy? ¿Cuándo la religión es opio? ¿Cuándo es locura?

J. Font: Hay unas “psicopatologías religiosas” que llaman la atención socialmente por el gran impacto que promueven. Me refiero en especial a los “fanatismos religiosos” y en general todos los “fundamentalismos religiosos”, tales como: sectarismos, dogmatismos, etc., con componentes psicopatológicos de rasgos maníacos, paranoides, narcisistas, obsesivos…

Pero pienso que resultan de mayor trascendencia y gravedad social las psicopatologías individuales de personas con influencia social, que siendo socialmente toleradas o incluso buscadas, exhiben actitudes y estilos de vida patológicas bajo la bandera de sus creencias religiosas. Hay comportamientos de corte, histero-narcisistas, paranoides,  obsesivos y otras psicopatologías individuales. Aunque se pueden encontrar también en ámbitos no sólo religiosos, sino políticos, económicos, deportivos, culturales,  académicos, etc.

¿La religión “opio del pueblo”? Pues sí, según la entiendan. Hay una parte de verdad en esta frase cuando se utiliza la religión con fines de sedación de dificultades, en lugar de afrontarlas; de anestesiar el sufrimiento social con creencias infantiles, con  ilusorias  fantasías o promesas. Aunque el uso de ese “anestésico” no se de gran calidad… ni surte un efecto demasiado profundo…pero perjudica.

¿“La religión locura”? San Pablo nos habla de la locura de la Cruz, cuando el que ama a Cristo se ha identificado, místicamente, con Él. Se trata de  una locura de amor, que hace madurar humana y espiritualmente al sujeto. En cambio la locura que destruye la propia mente y destruye al mundo que le circunda es una enfermedad,  que si además se viste o se arroga  el nombre de Dios, es una peligrosa arma mortífera.

TdP: ¿Qué función juega la religiosidad en la vida psíquica de los pacientes? ¿Y en la de los psicoterapeutas?

J. Font: ¿Preguntáis si la religión influye en la vida de los psicoterapeutas? Pues… cada cual sabrá lo suyo ¿no? En cuanto a mí, pienso que en la relación psicoterápica me influye, y no poco, la confianza y estima que siento para con el paciente. No es simplemente empatía. Según yo creo, en toda persona está viva una realidad que nos une, realidad a la que llamamos Dios, un Dios presente, no físicamente pero sí realmente.

Creo, además, que en la interacción del terapeuta con el paciente, la religiosidad sana, simbólica, aunque sea inconsciente, ejerce una acción recíproca entre los dos. La experiencia de compartir deja su huella. Además, en el paciente, durante la prolongada relación psicoterapéutica,  se puede despertar la tendencia trascendente religiosa que, como en  todo ser humano,  forma parte de su mundo interior consciente e inconscientemente. Si puede vivir la religión de manera saludable, será para él una posibilidad de crecimiento madurativo. Las reflexiones de Bion y Winnicott, entre otros, abundan en este sentido. Es tarea fina y delicada del psicoterapeuta comprender y sintonizar con los contenidos religiosos del paciente, sin inclinarse a un lado o a otro,  llevado de su propia contratransferencia.

 

TdP: ¿Cuándo la religiosidad promueve la salud?

J. Font: Si entendemos por salud una manera de vivir “autónoma, solidaria y gozosa” y no sólo la ausencia de enfermedad –tal como hemos dicho antes–, la religión es salud. Y lo es en su aspecto simbólico sano y en las experiencias relacionales que promueven ayuda a los demás con entrega generosa. También favorecen la salud otras experiencias simbólicamente trascendentes, como el arte, la ciencia…

TdP: ¿Puede ponerse la religión al servicio del proceso terapéutico?

 

J. Font: Según yo creo, el proceso terapéutico psicoanalítico pretende ayudar al paciente a ganar más libertad interior, pero no pretende proponerle objetivos aunque sean muy saludables. La religión también pretende liberar interiormente al que busca la experiencia religiosa pero, apunta además a un nivel mistérico, una  dimensión humana trascendente, aunque respetando  la libre elección  del sujeto.

Se comprende que otras trascendencias simbólicas, como el arte, sean usadas como factores psicoterapéuticos. En cambio, tengo muchas dudas sobre si no sería un abuso el utilizar la religión como método terapéutico de entrada. Otra cosa sería constatar el beneficioso y concomitante efecto terapéutico de la religión saludable.

TdP: ¿Son más saludables las comunidades religiosas de hoy que las del pasado?

J. Font: Existen, hoy y en el pasado, comunidades cuyo talante y estructura es saludable y otras no.

Algunos aspectos son menos saludables, por ejemplo, el que en algunos ámbitos religiosos haya reaparecido, por diversos motivos, la tendencia a formar comunidades grandes, numerosas, de 20 o más miembros. Eso dificulta una adecuada y saludable interrelación. En cambio, una dinámica grupal con un número más reducido de miembros, alrededor de 10, favorece la vida en comunidad. Creo que ya era aconsejado por las primeras comunidades benedictinas.  Sin negar que pueda existir en grandes comunidades y con gran tradición, sobre todo monásticas, una saludable dinámica grupal con sus peculiaridades

Además, es saludable la inserción de comunidades en medios de pobreza o inmigración, ya sean urbanos o rurales. Uno puede acabar sintiendo como el entorno en el que vive, y si el seguimiento de Jesús es de sintonía con los pobres y humildes… Esto no supone renunciar a la sintonía cultural y científica,  a la inserción en medios científicos donde la “pobreza” se vive, o se puede vivir, en el despojamiento de la propia “riqueza” personal, con “humildad”, a favor de los demás, del conjunto.

 

Impulsor de proyectos

TdP: Tú has sido impulsor de dos instituciones prestigiosas, que han jugado y juegan un papel importante y referente en la asistencia en salud mental de orientación psicodinámica en Barcelona. Nos interesaría que nos contases cómo surgen cada unos de estos dos proyectos. Una de ellas es la Fundación Vidal i Barraquer (FVB); hoy día una institución de reconocida solvencia a nivel asistencial, docente y de investigación. ¿Cómo fueron los inicios y cuál fue tu papel? ¿Cómo surge el proyecto de crear un Centre Mèdic-psicològic en la FVB? ¿Estaba vinculado a la Iglesia al comienzo? ¿Cuándo se crea el Institut Universitari de Salut Mental?

J. Font: Todo empezó sencillamente. No hubo grandes proyectos al empezar, sólo la idea de dar un servicio asistencial psiquiátrico y psicológico a un colectivo carente, en aquel entonces, de una atención adecuada a sus necesidades. El colectgivo eran los religiosos o sacerdotes, o aspirantes a esa vida. Fue una opción reflexionada y tomada junto con otros dos pequeños núcleos que nacieron en Madrid y San Sebastián.

Nosotros comenzamos a mi regreso a Barcelona, después de 14 años que empleé en estudios, médicos y teológicos. Me uní a dos compañeros psiquiatras, el Dr. Antoni Bobé y el  Dr. Ramón Ferreró. Paulatinamente, pero a buen ritmo, íbamos evolucionando: atención a toda clase de personas y muy pronto empezar a impartir cursos de docencia. El equipo inicial iba aumentando, compañeros psiquiatras de la Universidad, algunos de ellos psicoanalistas (entonces aún en formación), psicólogos y psicoterapeutas. Nos autofinanciábamos. Mejor, nos asemejábamos a una ONG.

Y enseguida surgió la investigación. Me decían que era portador del virus de la investigación, ojalá! Teníamos ya alguna experiencia asistencial y bastante material clínico. Había que entrar en el mundo informático. No sin largos esfuerzos conseguimos subvención para obtener un ordenador monstruo que ocupaba una habitación entera él solo, y con refrigeración… Con ilusión empezamos todo el proceso, que abocó en la HPAB (Historia Psicopatológica Automatizada Barcelona) gracias a nuestro equipo del CIPP (Colectivo Investigaciones Psicopatológicas Psicosociales). La docencia de la psicología, psicopatología y la experiencia religiosa se incrementaba rápidamente en número de docentes y en alumnado.  Habían pasado ya unos años y las personas que nos alentaban y daban soporte creyeron que había que darnos una cobertura  institucional

Así se originó el primer Patronato de la Fundació Cardenal Vidal i Barraquer, compuesto por superiores de Órdenes y Congregaciones religiosas (benedictinos, capuchinos, escolapios, claretianos, carmelitas, cartujos, jesuitas…), por los Obispados de las 8 diócesis catalanas, y por profesionales de psicología, psiquiatría y de otras ciencias.

Debo recordar que el impulsor y para mí el alma de nuestra Fundació fue el Abad de Montserrat Cassià Mª Just, con quién me unió una profunda y fraternal amistad. La FVB es una fundación no confesional, aunque sí de inspiración cristiana. La Confederación de Religiosos Española, que dio soporte logístico y económico al centro que se inició en Madrid, no hizo lo mismo con nuestro centro de Barcelona. Nos dijeron en una ocasión que porqué no íbamos todos a Madrid…

Nuestro interés por servir con el mayor rigor científico posible en la atención a la Salud Mental de los colectivos menos atendidos, nos llevó a solicitar la asistencia en salud mental de las zonas y barrios de Barcelona más necesitados. Entonces la Salud Mental aún dependía de la Diputación Provincial.

Gracias a la ayuda generosa de Jordi Maragall (hijo del poeta Joan Maragall), hombre de una honestidad y nobleza ejemplar y amigo sincero; y a la gestión del benemérito Agustí de Semir, quién se interesaba por todo proyecto de ayuda social, obtuvimos de la Administración uno de los primeros conciertos con la sanidad pública que hubo en Barcelona.

La docencia la veníamos ejerciendo desde los años 70 en nuestra Escuela de Psicología y fue creciendo con mucho vigor hasta llegar al actual Institut de Salut Mental de la FVB de la Universitat Ramón Llull. El Institut, ha sido la consecución de una antigua aspiración desde los años 80, y de persistentes esfuerzos para alcanzar el rango académico universitario del que procedíamos y al que queríamos seguir contribuyendo. La valiosa comprensión de nuestra Fundació por parte del entonces rector de la Universitat Ramón Llull, Dr. Miquel Gassiot, coronó nuestra incorporación universitaria.

TdP: El otro proyecto institucional del que eres protagonista es el del Servicio de Salud Mental de Sant Pere Claver – Fundació Sanitària. ¿Cómo surge el proyecto de crear un Servicio de Psicología y Psiquiatría en el Hospital de Sant Pere Claver?

J. Font: En un barrio situado en el Poble Sec, entre el Paral·lel y Montjuïc, vivía una población en una situación marginal. Era poco  después de la guerra civil. Allí (¿1950?) se creó una nueva parroquia iniciada por un jesuita, Lluís Artigues.  Este párroco, en lugar de empezar construyendo un templo, lo que hizo fue una escuela, talleres, “dispensarios” de asistencia sanitaria y, cuando podía, celebraba alguna Misa. Aquellos “dispensarios” fueron el origen del “Hospital Sant Pere Claver”.

Al incorporarme al hospital en 1965, me encontré con un conjunto de dispensarios de distintas especialidades de medicina y de cirugía. Se contaba con 28 camas hospitalarias en un pequeño edificio de tres plantas, y con la insustituible labor asistencial y humana de tres religiosas Hijas de la Caridad.  La psiquiatría estaba a cargo de dos reconocidos profesionales, el Dr. Ferrer-Hombravella, que murió pocos años después, y el Dr. Jordi Prat, que fue a ocupar un puesto relevante en el recién nacido Hospital de Bellvitge. Pude trabajar aprendiendo de ellos durante pocos años.

Aquel inicio fue un espacio privilegiado para empezar a formar un Servicio de Psiquiatría con un equipo que fue incorporando psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales. Merecen ser recordadas las tres primeras y destacadas jóvenes psicólogas que formaron equipo: Pilar Raventós, Vicky Sastre y Montserrat Trias de Romero.

Era un progresivo ir aprendiendo de la experiencia lo que nos llevó a  entender y practicar la salud mental. Aún no existían las redes de salud mental en la asistencia pública. Nosotros, el “hospital”, intentamos ir evolucionando desde la tradicional y laudable función de “beneficencia” hacia una beneficencia que además insistiera en el sentido de “bene-facere”, hacer el bien y hacerlo bién. Para ello hacía falta tener los recursos científicos teóricos  y los recursos materiales necesarios.

A no tardar el Ayuntamiento de Barcelona nos designó como uno de los cuatro Centros de Higiene Mental de la ciudad. Muy amablemente el regidor de sanidad nos dejó la iniciativa a nuestro pequeño equipo. El marco teórico en el que nos íbamos desplegando era el de una salud mental que comprendiera la asistencia a las “personas” con dificultades psicopatológicas, atendiendo en ellas tanto a los aspectos “psiquiátricos” como los psicológicos, la psicología profunda del mundo inconsciente, y además los del entorno social.  Naturalmente para esto nos ayudó la pronta incorporación de profesionales de orientación psicoanalítica, que contribuían a mantener una continuada formación.

Enumerar a todos los compañeros que fueron enriqueciendo nuestro grupo no me sería posible, pero no quiero renunciar a citar a algunos de los  “pioneros”, aún exponiéndome a omitir a alguien tal vez de los que más aportaron y aún siguen aportando. Los entonces “jóvenes”… Ramón Echevarría, Rafael Ferrer, Isabel Laudo, Joseba Atxotegi, Lluís Mauri, Carme Ríos… Y las inolvidables bases de nuestra aventura, Sor Antonia Larrea, religiosa Hija de la Caridad y la Sra. Carme Cosp al frente de los asistenciales;  eran ambas un tandem que permitía hacer avanzar el Hospital y  hacer posible los imposibles.

El servicio de psiquiatría, al principio era para adultos y jóvenes, pero muy pronto se enriqueció con la incorporación de psicólogos y psiquiatras de atención a la infancia. Se abrió un nuevo Servicio de Psicología y Psicoterapia Infanto Juvenil, al frente del cual estuvo la Sra. Mª Victoria Oliva, psicoanalista de reconocida trayectoria científica, al que se unieron otros jóvenes y no tan jóvenes. Quiero citar al Dr. Jaume Aguilar entre ellos, que ha marcado unas altas cotas científicas y humanas, tanto en el plano asistencial como de la investigación, estimulando un nutrido y potente equipo.

TdP: A nivel de asistencia pública, hoy en día se están informatizando la recogida de datos y las historias clínicas. Pero tú contribuiste a la idea, hace más de 30 años, de crear una historia psiquiátrica automatizada en Barcelona (HPAB), de la que nos has hablado antes, que se aplicó durante mucho tiempo en las instituciones que dirigías, con la idea de construir una base de datos que facilitara la investigación. ¿Recuerdas qué te impulsó a ello?

J. Font: Si… ¡ya lo creo! Nos impulsó el “virus de la investigación”, como ironizaba alguien. Contagiado por el  grupo ya citado de jóvenes psiquiatras y psicólogos, que se autodenominó CIPP  con Jorge Tizón como coordinador, Enrique de la Lama, M.Salamero, Joseba Axotegui, José Manuel Díaz Munguira,  F. Sainz…,  que contaba con la madurez asesora de Víctor Hernández Espinosa, entre otros.

Habíamos empezado investigaciones con trabajos de campo, desde hacía años, ayudándonos de fichas perforadas y ¡punzón!, gracias al tesón y rigor del Dr. Joan Parellada, monje de Montserrat.

Con el Dr. Díaz Munguira fuimos a informarnos de la reciente introducción de ayuda informática en el Hospital de Sant Pau, la Sra. Esperanza Martí,  gerente, quien amablemente nos puso en pista. Solicitamos a una empresa que apoyaba la investigación una sustanciosa beca para adquirir un ordenador (uno de los primeros en Barcelona que costaba millones de pesetas…), y ¡se nos concedió! Pretendíamos tener un instrumento capaz de reunir y sistematizar el abundante material clínico archivado en nuestras Historias Clínicas.

Nos sobraban ideas para posibles investigaciones. El trabajo arduo fue el contar fiel y constantemente con la colaboración de todo el equipo asistencial del Centro Médico Psicológico de la FVB,  muy numeroso ya entonces, al que se le encargaba de rellenar, después de realizado el trabajo clínico, los ítems de los módulos que habían ido apareciendo. Eran cerca de 2000 items, repartidos en unos 20 módulos. El tiempo que el profesional requería para llenar los datos de cada historia era cerca de una hora. Sólo se consiguió levantar esa torre monstruo, gracias al entusiasmo y la entrega desinteresada de todos los componentes del Centre Mèdic-psicològic de la FVB, acuciados por la incansable y firme persistencia del entonces director de nuestra sección de investigación Dr. Pere Castellví.

Después de una experiencia fecunda durante varios años se evaluó la posibilidad real de ofrecer una Historia Psiquiátrica Informatizada de utilidad clínica e investigadora para lo cual se redujo el número de ítems, en distintos momentos. Actualmente, si bien hemos seguido el modelo de la Historia Psiquiátrica Automatizada Barcelona (HPAB), nos hemos homologado con los modelos de la  Sanidad  que actualmente existen.

 

TdP: Desde el inicio viste muy clara la necesidad de un supervisor externo que ayudara a reflexionar sobre el trabajo asistencial, contactando con psicoanalistas que han ido realizando esta función a lo largo de los años. ¿Qué puedes decirnos acerca del papel de la supervisión?

 

J. Font: Ciertamente, en nuestro trabajo asistencial pronto nos decidimos por introducir la psicología y el psicoanálisis y la supervisión en la asistencia psiquiátrica de manera  progresiva. Creo que también forma parte de mi  evolución personal como profesional .

Intentaré recuperar como empezó. Yo procedía del campo de la medicina “general” y de la especialidad “oftalmológica”, y al introducirme en el mundo psiquiátrico me encontré con algo que ya había percibido: que las dolencias corporales eran también mentales y viceversa. Pero al médico se le escapaban las variables psicológicas y al psiquiatra se le escapaban o valoraba mal las somáticas. Junto con Jordi Gol intentamos ensayar entrevistas a pacientes, atendidos por un médico y un psiquiatra. Había entrevistas  médicas en las que el psiquiatra estaba de observador, y entrevistas psiquiátricas en las que el médico era el observador. ¿Qué se pretendía? El que observaba captaba aspectos corporales en un caso, mentales en el otro que no captaba el que conducía la entrevista. Pero había algo más. El que observaba captaba la relación transferencial médico-paciente, y no sufría la influencia contratransferencial que tenía el que atendía al paciente.

Eso fue como un principio de lo que llamamos “supervisión”. Tuvimos la suerte de contar con la aceptación de expertos psicoanalistas que colaboraron en nuestras supervisiones individuales, realizadas en grupo, de técnicas grupales, de familia, de pareja, incluso tuvimos alguna supervisión del equipo de trabajo. Me parece que la necesidad de supervisión surge espontáneamente cuando uno siente que en su trabajo se le escapan aspectos importantes. No creo que fuera un “invento”. Las tradiciones históricas en las relaciones interpersonales sanas abundan en “acompañamientos”, no tanto en el sentido de acompañamiento directivo como en el de descubrir los autoengaños o ignorancias que se observan en la relaciones interpersonales.

Fue en este mismo sentido que tuvimos un grupo experiencial en el Hospital de Sant Pau. Un grupo “Balint”, conducido por dos psicoanalistas y participado por 8 o 10 compañeros. Recuerdo que había “otorrinos”, ginecólogos, psiquiatras, internistas, etc.. Allí se iba experimentando y formulando la contratransferencia grupal, que tanto nos ayuda y que sigo todavía  practicando y supervisando en grupos Balint.

TdP: También has sido el creador de la “Escenoterapia”. ¿Cómo surgió su creación? ¿Qué le diferencia de otras técnicas grupales y del psicodrama?

J. Font: Surgió de una experiencia ocasional.  Fue por los años 70. Los habitantes de la montaña de Montjuic formaban un núcleo de población en condiciones de extrema precariedad, con cantidad de niños y adolescentes, sin recursos culturales ni económicos. En el Hospital de St.Pere Claver les ofrecíamos atención sanitaria. La Parroquia había montado una escuelita.

Entre los maestros había un joven voluntario de 17 años que intentaba educar a un grupo de niños gitanos. Un día vino desesperado, no había forma de encauzarlos… Le sugerí que probara de introducir alguna forma de actividad teatral. Y así lo hizo. Adaptó inteligentemente, piezas de Molière…. Volvió un tiempo después; se había producido el “milagro”: aquellos niños – de 7 a 12 años– parecían otros.

Durante casi un año nos estuvimos reuniendo un grupo de psicólogos y psiquiatras, investigando el porqué se había producido aquel hecho. Es decir, analizando y tratando de comprender el efecto “terapéutico” de aquellas representaciones teatrales y cómo podríamos crear las condiciones favorables para reproducirlo.

Establecimos una escala valorativa desde los niveles más directivos hasta los más cercanos a una asociación libre. En un extremo, lo más semejante a la dramatización teatral con un guión fijo, personajes y papeles definidos, dejando solo el margen de la interpretación personal del papel. En el otro extremo: la creación improvisada de un argumento, la libre asociación del argumento y de la representación, la libre elección de los personajes para ser representado .

Al final de la representación hacíamos una evaluación en grupo: cómo se habían sentido cada uno y como le habían sentido los demás a él.

Después de algunos tanteos y diferenciando los grupos por edades (de 7 a 11, de 15 a 18, de 19 a 30, de 60 en adelante) optamos por el extremo de la libre asociación que es el que más responde a nuestra orientación terapéutica psicoanalítica.

Ya habíamos estructurado nuestra técnica –“Escenoterapia”– y empezado a asistir a los Congresos Internacionales de Psicoterapia, cuando fuimos descubriendo otras técnicas basadas también en la actuación dramática, como ”L’expression scénique. Art dramatique et psychothérapie” de J.C Benoit y E. Dars, la declamación expresiva de textos dramáticos, otras más corporalizadas como “Expresión corporelle, méthodes teatrales et psychothérapie analytique” de G. Balassa, una del Canadá casi idéntica a nuestra “Escenoterapia”, etc. Bien diferenciada de otras técnicas como el psicodrama de Moreno, en el que se verbalizan conflictos personales, en la “Escenoterapia”, en cambio, se proponen y representan argumentos que conscientemente nos son conflictos personales de los miembros del grupo aunque inconscientemente expresan sus situaciones personales.

En nuestra “Escenoterapia” parece que el efecto terapéutico está en que el acting out en la actuación escénica, de libre asociación y expresión, es un acting comunicativo y no expulsivo. A través de la acción se ayuda a conectar con aspectos inconscientes.

TdP: ¿Puedes decirnos algo de las relaciones entre ética y psicoanálisis?

J. Font: Me interesa más la relación entre psicoanálisis y “espiritualidad”.  Para mí la espiritualidad aporta un sentido más profundo y específico a la vida humana. La espiritualidad se refiere a una “realidad” menos tangible que las conductas éticas, pero más decisiva en la orientación de la vida humana.

Pienso que  además de las concreciones “éticas”, que son normativas aunque necesarias, conviene formar a la persona en los fundamentos de toda ética : la bondad en las relaciones personales, y en tener criterio para discernir sin autoengaño aquello que es bondad. Y para ello el psicoanálisis puede ayudar a conectar con los autoengaños y a gozar de un mayor grado de libertad para esclarecer los errores de algunas actitudes frecuentes y tan sutiles (narcisistas,  omnipotentes, etc. ), aunque se tengan a veces por buenas y  correctas.

TdP: ¿A qué actividades te dedicas actualmente?

J. Font: ¿Actividades? ¡No sé! Pero si se trata de la actividad mental, esa es la que intento primar. En algunos aspectos siento más interés y ganas en seguir buscando que tiempo atrás.

El eje alrededor del cual actualmente giro está en lo que se puede llamar la “espiritualidad” y el psicoanálisis.  Espiritualidad entendida como algo que trasciende lo empírico e incluso lo simbólico,  que se adentra en lo desconocido,  aunque real.

Creo que esa búsqueda se da actualmente en muchos ámbitos del saber. Desde las ciencias más “duras”: física, matemáticas… a las más “humanas”: antropológicas: neurociencia, psicoanálisis, sociales, económicas… Y en todo saber que investiga la vida humana: la filosofía, las tradiciones de sabiduría y las religiones.

Desde hace unos años  investigamos en dos seminarios internos. Uno formado por un grupo de psicoanalistas sobre las experiencias místicas. Y otro seminario interdisciplinar compartido con el Centro de Estudios de las Tradiciones Religiosas (Sabidurías) CETR. Estudiamos las espiritualidades desde el psicoanálisis, la neurociencia, la teología, y las tradiciones religiosas.

En cuanto a mí, parto de una identidad, la cristiana, la que descubro en un hombre, Jesús de Nazaret. Identidad que es asertiva, pero no excluyente de las otras. Pienso que la línea de investigación psicoanalítica es una de las más fecundas en orden a acercarnos a las bases humanas del misterio de la vida y de la trascendencia humana.

Y sigo atendiendo a las personas,  a las que más lo necesitan, y no precisamente en orden material… Y sigo aprendiendo de lo que escucho en ellas.

 

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